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Era de la Integración

Espiritualidad no es neutralidad

En algunas esferas de la espiritualidad existe la consideración de que el “despertar” (el acceso de nuestra atención a dimensiones más sutiles de la realidad) implica el rechazo a las problemáticas “mundanas” del mundo material. En otras palabras: que cuando nos “elevamos” en relación a la información que percibimos en la realidad, los problemas y conflictos propios de ella pasan a un segundo plano, o son simplemente distracciones que desvían la atención de lo “verdaderamente importante”, por lo que carece de sentido el involucrarse en ellos y conviene por tanto tomar una postura “neutral”.

Este posible camino que se habilita al incorporar comprensiones espirituales confunde neutralidad con equilibrio.

Cuando se pone el foco en la neutralidad, se da por sentado que todos los acontecimientos que se desenvuelven en el presente son parte de un abanico mayor del que podemos percibir y que cada pieza en movimiento juega su rol necesario. De esta manera, se habilita la posibilidad de no tomar postura en relación a las partes que pudieran estar en pugna en torno a cómo está siendo el mundo en el presente. Como todo es y está siendo “como tiene que ser”, desde esta forma de observar y comprender la realidad se llega a la conclusión de que la manera de actuar, una vez “abierto” el tercer ojo (“la tercera posición” entre polaridades), es simplemente dejar que los hechos “mundanos y conflictuales” transcurran como están siendo, sin intervenir.

A pesar de que todos los caminos de la espiritualidad abren el camino a la comprensión de que todo está conectado y que todos somos expresión del campo de posibilidades que es la consciencia, la neutralidad espiritual sigue entendiendo la realidad desde una óptica de la separación, aunque no tenga conciencia de ello.

¿Por qué?

En los diferentes caminos de autoconocimiento, que son parte inevitable del movimiento universal de la vida (de la consciencia), existe un factor que revela la inocencia, inmadurez e ingenuidad de la postura de la neutralidad

Habilitemos la posibilidad de que el amor no es solo aquello que entendemos como amor en una relación o amor propio, sino el amor como una energía potente que le brinda un impulso extraordinario a nuestra fuerza de voluntad y decisión. Es decir, el amor como la energía más potente de todas.

De esta manera, entonces, el amor es el motor universal de la existencia.

A su vez, pensemos el amor no como algo que se produce debido a un vínculo específico, sino a una decisión del ser en su vinculación con lo que lo rodea: el amor como la decisión de vincularse de manera sana, alegre, generosa, solidaria, compasiva con todas las otras personas, por más mínima que sea nuestra interacción con ellas, así como también con todo lo que nos rodea en tanto ambiente: no-humanos y naturaleza (flora, fauna y mineralia).

Con estas dimensiones posibles del amor incorporadas, los caminos hacia la emancipación y liberación humana, que en definitiva son la máxima de todos los caminos de la espiritualidad, es la vinculación en amor. Y dentro de ésta se incluye necesariamente la observación crítica de lo que es la realidad del presente en que nos toca vivir.

¿Y cuál es el presente que nos toca vivir?

Nuestra actualidad es una que está basada en relaciones de temor, sufrimiento y competencia. No somos ajenos a ella y no estamos desconectados de la realidad injusta en la que estamos viviendo.

Hay apreciaciones espirituales que indican que todos los seres conscientes deciden voluntariamente encarnar en el tiempo en que viven con una misión a sus espaldas. Y si la espiritualidad es amor y bienestar entonces podríamos asumir que estas misiones son tales que están orientadas a sanar las heridas del tiempo histórico.

En este sentido, una posible interpretación sobre nuestra actualidad de sufrimiento colectivo es que nos permite observar todas sus causas en este mundo material e instante concreto: la extraordinaria acumulación de capital en poquísimas manos y el financiamiento de cientos de miles de millones de dólares para los complejos industrial-militares con la finalidad de llevar adelante guerras que terminan masacrando a poblaciones enteras en pos de ciertos intereses corporativos, son solo algunas de ellas.

¿Cómo yo, desde una óptica espiritual y comprendiendo que todos somos Uno, que estamos en conexión y que el amor es la subyacencia fundamental a todo lo que es, puedo abstraerme de lo que es y ocurre a mi alrededor? ¿Cómo puedo dedicarme únicamente a mi vida, incluso vendiendo mis “conocimientos espirituales”, sin más? ¿Cómo no ver que, si puedo ser autoconsciente de mí y de mi alrededor, entonces cobro poder de decisión en relación a cómo oriento mi atención y cómo oriento mi voluntad a través de mi decisión?

Todo aquel que entiende haber atravesado un despertar espiritual sabe muy bien que podemos tomar las riendas de nuestras decisiones y nuestra voluntad. Si lo sabemos, es decir, si yo sé que puedo ser decidida y orientadamente, ¿cómo puedo pretender que la neutralidad sea una decisión coherente con el amor y la espiritualidad?

El despertar espiritual no conduce a la neutralidad. Eso es falso. Y la neutralidad no es equilibrio. El equilibrio es discernir sobre las posibilidades polares en la realidad, tomar una decisión (que si está alineada espiritualmente, será siempre tendiente a la justicia por el bienestar y la felicidad del conjunto) y actuar en consecuencia.

La neutralidad hace que tomemos decisiones que nos separan de la realidad en la que estamos inmersos.

La neutralidad conserva la forma en que se desenvuelve el mundo, sin intervención, y por tanto habilita la repetición de los patrones que son.

Si la neutralidad es funcional a la repetición de los patrones y la espiritualidad no es repetición, sino que es transformación, movimiento, amor y cocreación, entonces cuando en la espiritualidad se decide tomar una postura neutra, se está tomando una postura política de no acción sobre las injusticias que padece este mundo.

Lo político no es malo en sí mismo. Lo político es la forma en que se organiza lo vincular. Son inseparables. La política es la expresión concreta que esa organización vincular fue tomando a lo largo del tiempo. Entonces lo político es profundamente espiritual por tanto es la manera en que pueden trasformarse las injusticias de nuestro presente, a través de la atención, la decisión, la motivación y la voluntad.

La espiritualidad de la neutralidad es inmadura, porque la espiritualidad madura es aquella que es consciente de que en su acción yace el poder divino de transformar nuestro alrededor, de contagiar felicidad y de irradiar posibilidad de esperanza, de encuentro, de conexión, de vinculación social y de red comunitaria.

Quienes entendemos haber despertado a una dimensión de conciencia que hace evidente que todo está conectado, no podemos quedarnos de brazos cruzados ante las injusticias de la realidad. Tenemos que llevar nuestro pensamiento y sentir a la acción, pero no cualquier acción. A la acción colectiva.

Nuestra decisión importa en el efecto mariposa que construye todo lo que es, en un mundo de vibración e información en el que mi ánimo impacta directamente en otras personas.

No podemos quedarnos de brazos cruzados pensando en que sólo importa el propio bienestar, porque mi bienestar solo es en tanto es posible el bienestar colectivo.

Todas las personas que entienden haber despertado espiritualmente tienen que empezar a problematizar esta cuestión y empezar a involucrarse activamente en los discursos de lo político, para que así empecemos a generar plataformas de propuestas que contemplen al Estado como una herramienta posible de transformación que, si bien no es la Ideal, es la que existe.

Como la decisión efectivamente importa, entonces también importa la manera en que esta herramienta es administrada. Es decir, importa quiénes gobiernen y qué decisiones toman. No da igual.

Generemos propuestas, generemos un movimiento político que entusiasme en su afán de encontrar mejores posibilidades en el horizonte. No nos apartemos de esta lucha. Tomemos partido por lo popular, por el bienestar de la población, por el amor, la compasión y la conexión. Porque lo político es vincular, lo vincular es comunidad, la comunidad es amor y el amor es espiritualidad. Todo está conectado.