Tiwanaku es una antigua civilización preincaica que habitó en los alrededores del Lago Titicaca en la actual Bolivia, extendiéndose tierra dentro y también hacia Perú, Chile y parte de Argentina. Es considerada una de las civilizaciones más importantes del periodo precolombino. Floreció a lo largo de tres milenios y es acreedora de haber alcanzado grandes descubrimientos científicos y logros artísticos.
Su capital se ubica a a 40kms de La Paz, capital de Bolivia, es una maravilla del mundo antiguo que deslumbra a arqueólogos, científicos y místicos por igual. Sus construcciones megalíticas como la Puerta del Sol, la Puerta de la Luna y la Pirámide de Akapana son un ejemplo de que disponían de un conocimiento que era sumamente avanzado. Junto a grandes hitos en ingeniería hidráulica y agricultura (por ejemplo el sistema para recolectar granos conocido como “suka kollus”, o plataformas de granja delineadas por canales de agua) lograron prosperar en vastas zonas áridas.
Los tiwanakotas tenían una extraordinaria cosmovisión acerca de nuestro vínculo con la realidad, con todo lo que es. Comprendieron la conexión entre nuestra experiencia humana (material y finita) y la experiencia eterna (cuántica e infinita) a través de una analogía que se compone de 7 momentos, caracterizados por un animal específico cada uno.
- Cóndor de cuello negro
- Pez
- Chacha-puma
- Katari
- Chacha-lama
- Cóndor de cuello blanco
- Río de energía
El primer animal corresponde al momento en que venimos a la vida, encarnamos sin contenido, sin experiencia. El segundo es el momento en el cual, a través de la experiencia, atravesamos el velo que separa nuestra noción/sensación de separación/conexión, es decir, entendemos que existe algo más allá de nuestro ser, algo de difícil explicación y transmisión. El tercer animal es el hombre-puma, que muestra el camino del aprendizaje al momento de captar llevar nuestra atención a los sentires y emociones, observarlas, problematizarlas y tomar dimensión de la posibilidad de trabajarlas. El cuarto animal es la serpiente, cuyo conocimiento y fertilidad empuja a la conciencia a indagar en la transformación que abre el trabajo interior, pudiendo mudar de piel, pudiendo ser quien la voluntad, el fuego interior, la chispa divina quiere efectivamente ser. El quinto es el hombre-llama, el chamán, aquella persona que está en estable comunicación con el campo cuántico de posibilidades, pudiendo incidir en él a través de la energía que emana su existencia interior/exterior. El sexto es el momento en que dejamos la materialidad y continuamos el camino como una energía atravesada y transformada por la experiencia y las vivencias, siendo plena uniquicidad: la composición armónica más pura (¿quizás alguna relación con el cuerpo arcoiris?). Sigue recorrido hasta ser una con el séptimo momento: el río de energía. Porque de alguna manera, los tiwanakotas se adelantaron miles de años a la comprensión que la física cuántica nos obsequió hace apenas décadas: todo es energía, todo es conexión, todo es posibilidad y todo puede depender de nuestra voluntad, si las circunstancias lo habilitan.